PCs que efectuarán tareas contables y administrativas, coches que no precisan conductor humano, ingeniería genética, mercados sin talones ni cajeros. Una tras otra, las novedades sobre novedosas tecnologías disruptivas se muestran en los sucesos, recordándonos que el futuro de la ciencia ficción que en algún momento fue distante nos llega a una agilidad que jamás aguardábamos. Esta es una exclusiva revolución industrial que avanza a velocidades sin precedentes, con nuevos cambios que brotan prácticamente todos los días y que aceleran el desarrollo. Se estima que sus impulsores clave tengan el mayor encontronazo a escala mundial a lo largo de los próximos cinco años, lo que resalta la urgencia de amoldarse y contestar a estos cambios. Para poner estos periodos de tiempo en visión, la primera revolución industrial, la máquina de vapor y el ferrocarril, tardó unos 120 años en llegar al mundo entero.
El inconveniente de la medición del confort
La mayor parte de los trabajos publicados antes de los 80 estimaban el nivel de vida por medio de la renta per cápita o sueldos. Esta visión se fundamentó en la teoría económica neoclásica, que asegura que el confort es una herramienta y, como esta es subjetiva, debe medirse a través del ingreso capital en tanto que el receptor escoge en el mercado según con sus deseos y selecciones. En las décadas de 1970 y 1980 se dieron a conocer las primeras críticas a este indicio. Todos arguyeron que los capital no en todos los casos acompañan a los elementos del confort, como la promesa de vida, la educación, las condiciones de trabajo, el momento de libertad libre, los costes de vida urbanos o la humillación ambiental.
La obra de Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, fue trascendental en este sentido en tanto que ingresó un nuevo término de nivel de vida. Los capital monetarios no son confort, sino más bien una manera de lograr ciertos propósitos (tener salud, agradar pretensiones, escoger, momento de libertad, gozar de una extendida vida…). Esos objetivos son el nivel de vida y, para alcanzarlos, tienen que existir derechos de ingreso (salud, educación, crédito y independencia). Con base en estas publicaciones, un conjunto de economistas, incluyendo el propio Sen, inventó el IDH (Índice de Avance Humano) a objetivos de la década de 1980. Es un indicio sintético que trabaja con tres cambiantes ponderadas al 33%: renta per cápita, promesa de vida y nivel educativo.